Para entender por qué “El hombre de acero” (Zack Snyder, 2013) es como es, hay que entender, también, el contexto en el que salió. Hace una década, lo emotivo, juvenil y colorido estaba pasado de moda, y a medio mundo le interesaba interpretar a los héroes de antaño de forma supuestamente realista, haciendo énfasis en sus traumas y la oscuridad de los mundos en los que habitan. Puede que hoy en día, por ejemplo, la trilogía de “El caballero de la noche” de Christopher Nolan no se perciba como tan oscura (especialmente en comparación al “Batman” (2022) de Matt Reeves), pero en aquella época, era la epítome de lo que se podía hacer con los personajes de cómics en un contexto maduro y serio, razón por la que muchos otros personajes terminaron teniendo interpretaciones similares en el cine.
Es debido a todo eso, pues, que llega “El hombre de acero”, producida por el mismo Nolan, escrita por uno de los guionistas de su trilogía del Hombre Murciélago (David S. Goyer), y dirigida por un Zack Snyder recién salido de la producción de “Watchmen”, una adaptación cinematográfica antes considerada como imposible. La idea, pues, era otorgarle a Superman un tono similar al de Batman: verosímil, cercano, y alejado de la inocencia y color de las famosas películas con Christopher Reeve. Eso es lo que quería el estudio, lo que querían Snyder y Nolan, y supuestamente lo que quería el público. Y aunque hay gente que jamás le iba a gustar una versión “darks” de Superman, creo que un filme como “El hombre de acero” todavía cuenta con elementos de valor.

“El hombre de acero” es, pues, una película sin un sentido del humor, más interesada en los temas que puede desarrollar y en las ideas que podrían generarse con la llegada de una raza alienígena a la Tierra, que en permitirle al público conectar con sus personajes. El resultado es una experiencia tanto fascinante como frustrante; intelectualmente estimulante (por momentos) y visualmente impactante, sí, pero desordenada y a veces mal concebida también. “El hombre de acero” es una película que tiene su lugar en la historia del cine de superhéroes y ciertamente en la historia de Superman, pero que jamás se iba a convertir en la interpretación definitiva del personaje para la pantalla grande. Al menos, no para el público en general —igual cuenta con una fanaticada ruidosa (pero relativamente pequeña) que jamás aceptará otra interpretación del famoso personaje.
“El hombre de acero” comienza con un fascinante prólogo que se lleva a cabo durante la inevitable destrucción del planeta Krypton. En él, vemos al científico Jor-El (un excelente Russell Crowe), junto a su esposa, Lara (Ayelet Zurer, también de “Daredevil”) mandando a su hijo recién nacido, Kal-El, a la Tierra, como para que su raza tenga algún tipo de futuro. El problema es que el líder militar del planeta, el General Zod (un intenso Michael Shannon) no está de acuerdo con dicha decisión, por lo que termina ejecutando un golpe de estado, matando a Jor-El, pero finalmente, siendo enviado a la Zona Fantasma (una suerte de prisión espacial) por el Concejo gubernamental del planeta. Krypton muere junto a todos su habitantes… menos Zod y sus seguidores.
Treinta y tres años después, vemos a un ya adulto Kal-El, ahora llamado Clark Kent (un chapado Henry Cavill) sobreviviendo en la Tierra, yendo de trabajo en trabajo, tratando de ocultar sus considerables poderes pero, a la vez, intentando salvar vidas cada vez que puede. Es así que se termina cruzando con la reportera Lois Lane (Amy Adams) quien, luego de interactuar con él en el ártico, decide redactar todo un artículo sobre un misterioso salvador de poderes inimaginables. Inicialmente, su jefe en el Daily Planet, Perry White (Lawrence Fishburne) no quiere publicar el texto, pero el tiempo termina dándole la razón a Lois. De pronto, llega una invasión extraterrestre a la Tierra: Zod ha regresado de la Zona Fantasma, y está en busca de Kal-El.

Resulta, pues, que en la nave en la que Clark llegó a la Tierra estaba también el Códex: un objeto que carga en sí toda la información genética de los kryptonianos, que podría ser utilizada para traer de vuelta dicha raza. ¿El problema? Zod quiere usarlo para transformar a la Tierra en Krypton, de paso cometiendo un genocidio de la raza humana entera. Es por eso que Kal decide tomar el traje de su familia, la Casa de El, y enfrentarse a sus nuevos enemigos. Pero aparte de Zod, tendrá que pelear también con la poderosa Faora-Ul (Antje Traue), y además, intentar salvar la ciudad de Metropolis (y al mundo entero) de una inminente destrucción.
Lo más interesante de “El hombre de acero” está en las preguntas que plantea. Pero curiosamente, es ahí donde también radican algunas de sus características más controvertidas. Tomen, por ejemplo, al personaje de Jonathan Kent (un autoritario Kevin Costner), el padre adoptivo de Clark. Es él quien convence al chico de que está hecho para grandes cosas, pero también le deja bien claro que debe mantener sus poderes en secreto porque, de ser descubiertos, se convertiría en una paria, en un fenómeno. Le dice, pues, que las personas le temen a lo que no entienden, razón por la que no debe usar ni su súper fuerza ni sus ojos láser, ni siquiera cuando hay gente en peligro.

Dicho pensamiento se extiende a una escena de flashback en la que vemos a Jonathan morir en un tornado, frente a Clark. Éste último lo podría haber salvado, pero decide no hacerlo porque sabe que su padre no quiere que revele sus poderes. ¡Ni siquiera para salvar su vida! Se entiende la encrucijada en la que Kal se encuentra, y se entiende que Jonathan es un tipo de fuertes convicciones, pero por como está escenificada la escena, dicho momento se siente algo absurdo, hasta gratuito. Algo que debió ser innegablemente emotivo, deja al espectador con más preguntas que respuestas, pensando, incluso, que Clark es un chico sin criterio, que por hacerle caso a las ideas de su padre fue incapaz de salvarle la vida cuando lo podría haber hecho muy fácilmente.
Dicha escena, pues, es la que representa tanto lo bueno como lo malo de “El hombre de acero”. Por un lado, tenemos ideas fascinantes que intentan traer al personaje de Superman al mundo real, dejando bien en claro que la presencia de un alienígena superpoderoso traería graves consecuencias consigo al planeta. Pero por otro lado, tenemos un filme que, en algunos casos, no sabe muy bien cómo desarrollar dichas ideas, haciéndolo de forma torpe o hasta absurda, caracterizando a sus protagonistas como gente que se deja llevar más por lo teórico que lo lógico. Los conflictos internos de este Superman son más intelectuales que emocionales, lo cual convierte al personaje en una figura plana, fría.
No ayuda, por supuesto, que el guion de Goyer casi ni le dé líneas de diálogo a su protagonista. Henry Cavill no hace un mal trabajo para nada —evidentemente tiene el físico para interpretar a Superman (se le ve increíble en el traje) y por momentos pone en evidencia el carisma que podría haberle dado al superhéroe en una película menos seria. Pero lamentablemente, este Superman se termina sintiendo más como una idea que como un personaje bien construido. De Clark nos terminamos enterando de muy poco, por ejemplo —por más de que la cinta incluya algunos flashbacks de cuando era niño y adolescente—, y del Superman del presente menos. Sabemos que quiere hacer el bien, pero parece que su mayor motivación está en las palabras de su padre putativo, y no tanto en un sentido fuerte de la justicia que un héroe como este debería tener.

El resto del reparto está compuesto de actores de mucho talento. Amy Adams es una gran actriz, pero lamentablemente no convence mucho como Lois Lane —es demasiado suave y gentil, cuando el personaje se hubiese beneficiado de una personalidad más fuerte y decidida. Eso sí, de los villanos no nos podemos quejar. Michael Shannon da una interpretación magnética como el General Zod (sé que es pecado para algunos, pero su trabajo me gusta más que el de Terrence Stamp en las películas de Christopher Reeve), y Antje Traue (a quien me hubiese gustado ver en más cosas luego de “El hombre de acero”) es suficientemente intensa como Faora. Por otro lado, Russell Crowe es todo lo que Jor-El debería ser (lo siento, Marlon Brando); Christopher Meloni destaca como el Coronel Hardy, uno de los aliados humanos de Superman; Laurence Fishburne es un excelente Perry White, y Diane Lane le otorga mucha calidez y humanidad a Martha Kent, la madre putativa de Kal-El.
Ahora bien, no me tomen a mal. Por más de que “El hombre de acero” cuente con características de las cuáles ya no soy fan —habiendo visto el filme luego de años, definitivamente me ha gustado menos que cuando lo vi por primera vez—, igual se trata de una experiencia interesante e innegablemente ambiciosa. La mera idea de interpretar a Superman de forma seria y supuestamente realista siempre iba a ser retadora, y dentro de todo, tanto Snyder como Goyer se mandan al cien por ciento para tratar de hacerla realidad. Obviamente no les sale del todo bien, pero se nota que no querían hacer nada a medias. Todo —desde la estética del filme, hasta las caracterizaciones y el diálogo— es coherente con el mandato de hacerlo todo verosímil, por lo que al menos no se le puede acusar a “El hombre de acero” de ser inconsistente o incoherente.
Del estilo visual, por ejemplo, no tengo queja alguna. Incluso doce años (¡!) luego de su estreno original, esta sigue siendo una película de efectos visuales y dirección de fotografía espectaculares. La propuesta en general maneja una fotografía casi de documental, haciendo constante uso de cámaras en mano, lentes teleobjetivos y zooms para contribuir con la sensación de realismo que la historia tanto quiere transmitir. La imagen, además, es de bastante textura, utilizando una buena cantidad de granulado —incluso durante las escenas mayoritariamente sintéticas— para permitirle al espectador sentir que está viendo algo real, cercano. Una pena que las dos siguientes películas —y especialmente “La liga de la justicia de Zack Snyder”, por más de que me guste mucho— abandonara este estilo. Es parte del ADN de “El hombre de acero”, y por ende, de esta versión de Superman.

Y sobre los efectos visuales ni qué decir. Esta fue la primera película que de verdad me hizo creer que un hombre podría volar. El manejo de cámara —intenso, nervioso— se mantiene en las secuencias de mayor acción, pero todo, desde el diseño de Krypton hasta las armaduras digitales de Zod y compañía y, por supuesto, las secuencias de batalla, luce absolutamente verosímil. Inspirándose en animes como “Dragon Ball” y películas como “Matrix Revoluciones”, la pelea final entre Superman y Zod en Metrópolis es apropiadamente destructiva, por más de que haya resultado controvertida por la gran cantidad de daño colateral que causa. Sabemos que este Superman es todavía un novato, pero igual hubiese estado bueno que tuviese un poco más de cuidado al pelear tan cerca de tanto civil.
Ahora, mucho se ha dicho de lo larga y cansadora que es la pelea final, pero habiéndola visto después de un tiempo… no me fastidió mucho. De hecho, creo que la batalla en sí ni siquiera es tan larga —está compuesta de secciones bien delimitadas, y es visualmente espectacular (el plano en el que la cámara se posiciona detrás de Superman en el aire, durante la puesta de sol, mientras este le pega a Zod continuamente, es particularmente alucinante). El problema es que se siente anticlimática porque llega después de toda una sección llena de tensión y destrucción, en la que vemos a nuestro héroe detener a los Motores Mundiales; las máquinas dedicadas a convertir a la Tierra en Krypton. Hay tanta destrucción y muerte en esa parte del filme, de hecho, que me sorprende que Snyder hasta ahora no se haya animado a dirigir alguna película de desastres, al más puro estilo de “El día después de mañana” o “2012”.

No obstante, si me quedo con algo de “El hombre de acero”, aparte de los efectos visuales de gran calidad y las secuencias de acción enérgicas y violentas, es la forma en que plantea cuestionamientos respecto a la naturaleza humana. ¿Cómo reaccionaríamos a la llegada de los Aliens a la tierra? ¿Qué haríamos con una figura casi mesiánica, superpoderosa, que ha venido para salvarnos a todos? ¿Y seríamos capaces de dar lo mejor de nosotros, o saldría a relucir nuestro lado más oscuro, quitándole toda esperanza a la Tierra? “El hombre de acero” no tiene todas las respuestas, pero al menos se toma el tiempo para plantear las preguntas, así situando a Superman en un mundo que se siente muy similar al nuestro —o al menos al que teníamos hace más de diez años.
“El hombre de acero” termina siendo, pues, una película buena pero a la vez irregular. Es innegablemente un producto de su época —un filme realizado en una etapa de la historia del cine comercial estadounidense en la que se favorecía lo cínico por sobre lo emotivo; lo oscuro y supuestamente maduro por sobre lo colorido y familiar. “El hombre de acero” intenta ahondar en su protagonista pero más bien termina incluyendo ideas fascinantes pero realizadas a medias, además concentrándose bastante en secuencias de acción espectaculares que, curiosamente, no combinan muy bien con las escenas más introspectivas. El balance sigue siendo positivo para Este Crítico; de hecho, “El hombre de acero” es el tipo de filme que seguiré viendo con frecuencia en años venideros. Pero entiendo por qué hay ganas de ver una nueva adaptación; distinta, más colorida y menos enfocada en la tragedia. Espero que “Superman” (2025), de James Gunn, justamente sea capaz de darnos eso. ¡Ya no falta nada para verla!
Crítica de Sebastián Zavala Kahn
Comunicador audiovisual y crítico de cine. Bachiller en Comunicación Audiovisual por la PUCP; Maestría en Artes de MetFilm School en Londres; miembro de la APRECI —Asociación de Prensa Cinematográfica—, y la OFCS – Online Film Critics Society, y crítico oficial de Rottentomatoes.com. Integra el staff de las webs de Nintendo Pe, Cinencuentro y Ventana Indiscreta. Maneja el blog de cine SebaZavaReviews desde el 2012. Cofundador de NoEsEnSerie.com y FotografíaCalato.com, y coautor del libro Videogames You Will Never Play, del colectivo Unseen64.

