Maxine Minx ingresa al estudio donde realizará el casting que le cambiará la vida. Está convencida, no solo de que obtendrá el papel, sino que será el rol que la lanzará al megaestrellato que merece. Actúa, habla, conduce, se comporta como megaestrella, y aparentemente, está dispuesta a pagar el costo de serlo. Sin embargo, una serie de eventos macabros se comienzan a alinear para que esta vida que la obsesiona se empiece a desmoronar.
Ti West cierra esta más que entretenida trilogía de terror, que empezara con “X” y “Pearl”, con una historia ambientada en la oscura y fascinante Los Angeles de 1985, que viene siendo asechada por un misterioso asesino (The Night Stalker), haciendo que el suspenso sea la temperatura que domina en toda la cinta, que es el vehículo oportuno para que el director nos entregue su visión peculiar sobre ese Hollywood sexualizado, violento y retorcido de aquella década iluminada por el neón.
Para ello se apoya en actuaciones bastante sólidas no solo de una determinada Mia Goth (en un papel que debería convertirla en una A-lister de Hollywood, precisamente), sino también de viejos conocidos como Giancarlo Esposito y, sobre todo, Kevin Bacon. West opta por tomas largas para construir tensión, e involucrarnos con el camino que viene siguiendo Maxine: algunas de sus amigas involucradas en la industria del porno están siendo asesinadas de una manera brutal. Eso despierta las sospechas de un par de detectives, quienes tienen en claro que Minx no es la culpable, pero establecen una relación directa con ella.
Sin embargo, aunque vemos durante los primeros minutos a una Maxine totalmente determinada y con un propósito incólume (el casting fue un éxito y será la protagonista de la secuela “The Puritan II”), estas situaciones la convierten en alguien más preocupada en escapar de su acosador que en perseguir el estrellato. Es en esos momentos de la cinta cuando los otros personajes comienzan a tener mayor relevancia, especialmente la directora Elizabeth Bender (interpretada con solvencia por Elizabeth Debicki), prestándose al juego de alusiones y referencias cinematográficas (así como clichés, hay que decirlo) que invaden la cinta en determinados momentos, y que West parece disfrutar (Buster Keaton, “Psicosis”, las películas slasher, etc.), en desmedro de construir un relato más eficiente en su crítica a la ilusión de la fama y la superficialidad del star system hollywoodense y la explotación y misoginia hacia sus estrellas (particularmente en el género giallo).
Bender le confiesa a Maxine que lo que quiere lograr con su secuela es una “película clase B con ideas de película clase A”, y supongo que era también la aspiración de West con esta tercera parte. Ciertamente el reconocimiento finalmente les llegará tanto a él como a Goth, y podamos disfrutar de sus incuestionables talentos en futuras entregas. “MaXXXine” es un claro ejemplo de su potencial fresco y provocativo, aunque pudo ser también un mejor cierre de una trilogía que llamó la atención por darle un novedoso respiro a un género que parecía agotado. Es lo que los fans también merecemos.