La mayoría de cinéfilos conoce la historia de la versión original de e “El cuervo”. De cómo, durante el rodaje del filme dirigido por Alex Proyas (“Dark City”), el protagonista, Brandon Lee, murió trágicamente debido a un accidente con pistolas. El rol fue completado con dobles y rostros sobrepuestos, y la película se convirtió no solo en la última prueba de lo que Lee era capaz de hacer frente a cámaras, si no también en una suerte de símbolo del movimiento “emo” de los noventas. Su importancia cultural, por ende, no puede ser subestimada, lo cual queda claro al considerar que ninguna de las secuelas o la serie de TV tuvieron el mismo impacto.
Lo cual nos lleva, por supuesto, al remake dirigido por Rupert Sanders (la versión en acción en vivo de “Ghost in the Shell”). Esta nueva película de “El cuervo” es más una reinterpretación que un remake al 100%, manejando una estética distinta a la de la cinta original, así como un diseño nuevo para su protagonista, y una estructura diferente. El concepto central es el mismo —originado en una novela gráfica—, pero la manera en que la narrativa se va desarrollando acá, así como la construcción de personajes, es novedosa. No es lo suficiente como para recomendar a “El cuervo” al 100%, pero al menos se puede decir que trataron de hacer algo diferente, como para no redundar frente a la película de Lee.
En esta ocasión, es Bill Skarsgard quien interpreta a Eric Draven. Se trata de un chico “roto” que, como paciente de una institución mental, conoce y se enamora de la ex-música Shelly (interpretada por la cantante FKA Twigs). Los chicos escapan juntos e intentan comenzar una nueva vida desde cero, pero como suele pasar en este tipo de historias, su pasado los termina encontrando. Un grupo de matones liderado por la misteriosa Marion (Laura Bern) asesina a Eric y Shelly, pero como se deben imaginar, al menos el primero de los dos no está muerto de verdad.
Eric despierta, pues, en una suerte de limbo, donde le dicen que tiene una opción: si así lo desea, puede obtener los poderes del Cuervo, para regresar a la Tierra, y arreglar las cosas. Obviamente accede, y es así que se convierte en un hombre imposible de matar, que todavía siente dolor, pero puede recuperarse de cualquier herida. Ya de vuelta al mundo real, y con sus nuevos poderes, comienza a investigar el pasado de su amada, y se entera de que en algún momento fue controlada por Vincent Roeg (Danny Huston), un poderoso hombre que años atrás hizo un trato con el Diablo, en el que se dedica a mandarle almas puras al infierno, a cambio de una longeva existencia. Como se deben imaginar, Eric tendrá que acabar con Roeg, pero no sin antes asesinar a todos sus socios y secuaces.
Si la versión original se llevaba a cabo en una ciudad oscura, estilizada, en donde todos se vestían como “emos” y las noches parecían ser eternas, esta reinterpretación se desarrolla en un lugar mucho más normal. De hecho, si hay algo que me decepcionó a sobremanera en “El cuervo”, el que la mezcla de lo sobrenatural y lo común y corriente no está bien llevada. El villano tiene un trato con el Diablo pero fuera de un par de asesinatos (en donde posee a su víctima y la obliga a suicidarse), no vemos mucha EVIDENCIA de ello, y fuera de una excelente secuencia en una Ópera, poco de lo que hace Eric se siente verdaderamente fantástico. Se siente, pues, que la premisa pudo ser mejor aprovechada, sin necesidad de copiarse de su predecesora, por supuesto.
Lo que sí funciona, en todo caso, a mis ojos, es la relación entre Eric y Shelly. Sí, es bastante cursi, y sí, hasta ellos admiten en cierto momento que seguramente los adolescentes “angsty” les podrían hacer un monumento, pero al final del día, FUNCIONA. La química entre Skarsgard y Twigs es palpable, y las escenas que comparten —de conversaciones, de besos, de baile, de sexo— ayudan a que uno se preocupe luego por ellos, y entienda la motivación principal de nuestro protagonista para hacer lo que hace: el amor. Resulta refrescante, de hecho, aunque sea en una cinta tan violenta, ver una representación tan pura de un romance, cosa que se ha visto con cada vez menos frecuencia en producciones Hollywoodienses de gran presupuesto. Productores, ¡no tengan miedo de traer de vuelta al romance en sus “blockbusters”!
Curiosamente, lo que NO logra desarrollarse durante los primeros cuarenta minutos del filme —sí, eso es lo que se demora Eric en convertirse en el Cuervo del título— es una sensación de atmósfera, o aunque sea de contexto. Nuevamente; la ciudad no es igual de interesante que la del filme original, y los secuaces de Roeg (fuera de un tipo con una cicatriz en el rostro que podría haber sido mejor aprovechado) no tienen mucha personalidad. O consideren, por ejemplo, a los amigos de Eric y Shelly; aparecen ocasionalmente, no son enteramos de sus nombres, y de todos, solo Chance (Jordan Bolger), el tatuador, resalta un poco. “El cuervo” se concentra tanto en el aspecto romántico (y luego el de venganza), que termina dejando de lado otros elementos que podrían haber resultado de interés.
Pero regresemos a la Ópera. Aquella secuencia termina siendo lo mejor que la película tiene que ofrecer, unos quince de minutos de violencia brutal y sangrienta, en donde Sanders parece querer mezclar lo mejor de las franquicias de “John Wick” y “Saw”. No muchas películas logran hacer que me tape los ojos por lo sangrientas y crueles que son, pero eso es precisamente lo que causó “El cuervo”. Es una pena, en todo caso, que dicha secuencia no sea representativa del producto final, y que más bien resalte de entre momentos bastante más regularones. De hecho, hasta me animaría a decir que termina sintiéndose gratuita, ya que poco de lo que Eric hace ANTES de ir a la Ópera justifica sus actos brutales ahí, tanto a nivel narrativo como de personaje. Es casi como si siempre hubieran sabido que querían incluir dicha secuencia, pero nunca se pusieron a pensar exactamente cómo llegarían hasta ahí.
Fui a ver “El cuervo” con cero expectativas, por lo que no salí particularmente decepcionado de la sala de cine. La experiencia fue entretenida; la película está fotografiada con algo de estilo, la violencia es brutal (aunque no del todo bien justificada), y las actuaciones son sólidas. Skarsgard parece haberse inspirado en el Anakin Skywalker de Hayden Christensen (para mi, algo bueno), FKA Twigs mezcla ternura con sensualidad y empatía para desarrollar a Shelly, y bueno, a estas alturas del partido, el buen Danny Huston está súper encasillado como El Villano Sádico, pero es precisamente porque lo hace muy bien. Claramente, “El cuervo” no llega a estar al mismo nivel que su fuente de inspiración, pero a la vez, no es horrible, simplemente… innecesaria. Olvidable, sí, pero no es que vaya a arruinar el legado del filme original o de Lee, ni mucho menos. Así que vayan a verla de la misma manera que Vuestro Servidor, como para que no la pasen mal.
Crítica de Sebastián Zavala Kahn
Comunicador audiovisual y crítico de cine. Bachiller en Comunicación Audiovisual por la PUCP; Maestría en Artes de MetFilm School en Londres; miembro de la APRECI —Asociación de Prensa Cinematográfica—, y la OFCS – Online Film Critics Society, y crítico oficial de Rottentomatoes.com. Integra el staff de las webs de Nintendo Pe, Cinencuentro y Ventana Indiscreta. Maneja el blog de cine Proyectando Ideas desde el 2012. Cofundador de NoEsEnSerie.com y FotografíaCalato.com, y coautor del libro Videogames You Will Never Play, del colectivo Unseen64.